Libertad Digital 17 de octubre de 2019 https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2019-10-17/ivan-velez-en-esta-prision-triste-y-rigurosa-89019/
En esta prisión triste y rigurosa...
Es
tan grande mi pena y sentymiento
en
esta prisión triste y rigurosa,
ausente
de mis hijos y mi esposa
que
de puro sentillo no lo siento.
O,
si llegase presto algún contento,
o,
si cansada ya la ciega diosa
conmigo
se mostrase más piadosa,
poniendo
treguas en tan gran tormento.
Mas,
ay que mi esperanza entretenida
consume
el alma en tan larga ausencia,
a
donde está aresgada onra y vida.
Mas,
yo confío en Dios que mi conciencia
sé
yo (que está tranquila aunque) afligida
al
menos reconozcan mi ynocencia.
En un muro del sótano del actual
Archivo Histórico Provincial de Cuenca, antigua cárcel de la Inquisición, con
redondeada caligrafía, se conserva grabado este soneto atribuido a Manuel de
Castro, preso que estuvo recluido en ese viejo caserón que se asoma a la hoz
del Huécar.
Casado en Madrid en 1714 con la
vallisoletana Catalina Blanco y Peña, con quien tuvo tres hijos, el último de
ellos nacido mientras se encontraba cautivo, Manuel, nacido en Toledo en el
seno de una familia judaizante, llegó a Cuenca siendo un niño, acompañando a su
madre, Mariana Díaz, hija de unos libreros y joyeros de esa ciudad. El niño fue
educado en el Colegio de la Compañía de Jesús antes de pasar al Colegio de San
Julián donde, bajo el magisterio de Juan de Albendea estudió, con el provecho
demostrado, Gramática antes de marchar a Madrid cumplidos los diecisiete años,
para trabajar en un establecimiento de venta de libros. Fue en la capital donde
Manuel fue arrestado por la Inquisición, acusado de judaizante. Tras dos años
de prisión, Manuel fue reconciliado con la iglesia y condenado a cárcel
perpetua, o de la penitencia, pena que debía cumplir en la ciudad Cuenca. Allí,
su familia fue condenada con el mismo
castigo y el secuestro de sus bienes, circunstancia que empujó a sus miembros a
pedir limosna, pues la cárcel perpetua permitía la salida de la prisión para
mendigar o trabajar, con la que sostenerse. Según refiere Heliodoro Cordente, a
quien seguimos en la reconstrucción de este caso, desde su celda, Manuel envió
una carta a su mujer a través de otro preso, Antonio Muñoz del Caño, en la que
le pedía que empeñara algunos bienes para librarse del sambenito. Muñoz cumplió
con el recado nada más llegar a Madrid pero, confundido, entregó el papel a la
hermana de Catalina, que la rompió y acusó de pícaro a su remitente.
Encolerizado, nuestro hombre llegó a acusar a su mujer, para luego desmentirlo,
de judaizante. Mientras todo eso ocurría, Manuel, mediante un ingenioso sistema
de notas que dejaba en el llamado «vaciadero», logró comunicarse con su hermana
y madre, también presas, hasta ser descubiertos por el alcaide de la prisión. A
partir de entonces, los acontecimientos se precipitaron.
El 9 de agosto de 1723, el reo fue
atormentado y torturado en el potro, sin que se lograse su confesión. Ante sus
sollozos y peticiones de misericordia, se le dio el trompazo, es decir, fue
colgado de un pie primero y de otro después, quedando semiinconsciente. En ese
estado, se solicitó el reconocimiento de un médico, ante la sospecha de que el
atormentado hubiera tomado alguna sustancia para soportar el dolor o hubiese
hecho un «algún pacto». Las sospechas sobre la familia De Castro, avaladas por
el contenido de las notas descubiertas por el alcaide de la cárcel, no se
disiparon. El 15 de marzo de 1724, la muñeca derecha de Mariana Díaz se quebró
a la cuarta vuelta de mancuerda, mientras era torturada en el potro, razón por
la que se suspendió el interrogatorio y se requirió la presencia del médico y
el cirujano.
Menos resistente al tormento, probablemente
asustada por lo ocurrido a su madre, su hermana Águeda, alias «La Mona», pidió
audiencia para confesar el 20 de abril de 1724. En su declaración acusó a su
abuela, Clara Fernández, a su madre, tía, hermano y otras reclusas, de
judaizar. Águeda reconoció que durante su cárcel penitencial se reunía con
estas personas para entonar oraciones hebraicas y practicar el ayuno propio de
los judíos. Asimismo, confirmó las acusaciones hechas por dos mujeres, Josefa
Rodríguez, La Pepa y su sobrina, La Picha, que habían declarado que
Manuel observaba la ley de Moisés. Según se supo, en la tienda de comestibles
de La Pepa, Manuel de Castro leía el
libro de Miguel de Montreal, Engaños de
muxeres y desengaño de hombres, y recitaba salmos de David. Fue también
allí donde La Pepa comunicó haber
leído en la catedral un edicto contra la memoria del abuelo de Manuel, Diego
Díaz, alias «Tablillas», muerto en la cárcel de la penitencia, cuyos huesos
fueron quemados el 21 de febrero de 1723, ante lo cual, Manuel respondió
diciendo que su abuelo estaba en el Cielo y que lo que había ardido era «un
palo».
A las acusaciones de su hermana se
sumaron las de su tía, Rosa Díaz y la de su madre, realizada el 4 de mayo.
Manuel de Castro fue condenado a la hoguera el 9 de agosto de 1723 por
«impenitente, negativo y relaxo». Buscando la salvación de su alma, mediante la
confesión de sus delitos y el arrepentimiento de sus pecados, los inquisidores
mantuvieron con el reo varias audiencias especiales con calificadores del Santo
Oficio. Finalmente, el 12 de mayo de 1724, el condenado, alias «Abraham»,
confesó que durante toda su vida había practicado la religión hebraica. El
reconocimiento de sus yerros puso fin a un proceso en el que todos los acusados
fueron declarados culpables, incluso Mariana Díaz, que antes de confesar había
sido sentenciada a la reconciliación con la Iglesia. El 23 de julio de 1724, el
clan familiar fue conducido al convento de San Pablo. Allí se celebró un auto
de fe público en el que se leyeron las sentencias. Relajados al brazo secular,
Manuel, Mariana, Rosa y Águeda fueron ejecutados en la hoguera en el Campo de
San Francisco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario