Libertad Digital, 16 de septiembre de 2020:
A
Franco muerto gran lanzada
Con la solemnidad que requiere una
ocasión que se pretende histórica, justicieramente histórica, el Gobierno que
preside Pedro Sánchez ha presentado el Anteproyecto de ley de Memoria
Democrática que vendrá a poner fin a la célebre Ley de Memoria Histórica,
aprobada en 2007 y sostenida por el Partido Popular pues, decían, lo
importante, lo único, era la economía, salir de la crisis a la que el
zapaterato nos lanzó. El Anteproyecto busca, literalmente, el «reconocimiento,
reparación y dignificación de las víctimas del fascismo», e incluso, ahíto de
ambición, pretende que la historia no se construya «desde el olvido y el
silenciamiento de los vencidos», propósitos ambos harto discutible, pues: ¿es
riguroso calificar de víctimas a todas las que durante el franquismo lo fueron?
y aún más, ¿qué se entiende y qué alcance tiene el calificativo de víctima? Por
otro lado, el manido recurso de la apelación a la voz de los vencidos, plantea
enormes problemas, pues en la victoria, al igual que en la derrota, existen
grados muy diversos.
En cuanto a quiénes fueron las
víctimas del franquismo, pues a pesar de que el Anteproyecto pretenda limitar
el revisionismo histórico, al que nada tenemos que objetar si este se
fundamenta un manejo riguroso de la documentación, a los dos últimos siglos, es
evidente que lo que se busca es seguir erosionando ese periodo tan complejo que
se llamó franquismo, los problemas surgen constantemente cuando se vaya más
allá de las ejecuciones y torturas, hechos, por otro lado que se dieron en los
dos bandos enfrentados durante la Guerra Civil. Víctimas del franquismo, para
decirlo de manera directa, fueron muchos franquistas de primera hora,
concretamente aquellos que perdieron enseguida el entusiasmo al ver que el Caudillo
no estaba por la labor revolucionaria que algunos de sus más firmes apoyos
anhelaban. De este modo, muchos de los que vestían ternos de diferentes
tonalidades azules se convirtieron en firmes opositores a Franco. Para dar un
nombre, nada mejor que el de Dionisio Ridruejo, que pasó de encabezar el
aparato propagandístico del bando nacional a convertirse en un dolarizado
agente de la estrategia norteamericana que buscaba, al cabo Franco era mortal,
una España posfranquista de estructura federal y pasión europeísta, es decir,
algo muy similar a lo que busca hoy el PSOE y su socio, el partido de quien
reconoció que, puesto que había perdido la guerra a pesar de nacer en tiempos
constitucionales, no puede decir España. Cabría, por lo tanto, plantear a quienes
pretenden impulsar tal ley si Ridruejo era o no franquista, si era o no
demócrata.
Por lo que respecta al bando
contrario ¿cómo ajustarlo a los quicios democráticos? El Frente Popular, tan
heterogéneo como el franquista, también pretendía terminar, por la vía
revolucionaria, con la burguesa II República, periodo arcádico para una
izquierda española dispuesta a ilustrar sus fabulaciones segundorrepublicanas
con imágenes del cine subvencionado. Muchas de las víctimas de ese bando, en
absoluto pretendían acogerse al sagrado democrático y es por todos conocidos
los expeditivos métodos que se emplearon en la retaguardia e incluso en el
frente para con aquellos que se desviaran de las líneas estratégicas más
vigorosas, muchas de ellas trazadas lejos de nuestras latitudes en un contexto
que a menudo se abstrae cuando se trata este periodo de nuestra historia.
El Anteproyecto, en suma, por más
transido de un democratismo harto criticable no solo por su indefinición sino
por su operatividad en el campo político de hoy, que para eso y no para otra
cosa se ha concebido, nace muerto desde un punto de vista mínimamente crítico,
pues el franquismo, del cuya transformación es –de la ley a la ley- la España
democrática de hoy, fue mucho más que fusiles, fosas y calabozos. Fue también
mucho más que cruces, incluida la de Cuelgamuros. Cruces que, una vez salvados
quienes las enarbolaron, operaron decididamente no sólo para desgastar al
régimen desde posiciones supremacistas –volem
bisbes catalans- sino para dar cauce, en seminarios y otros ámbitos, a
organizaciones criminales en sus métodos y radicalmente antidemocráticas.
La ley, como decíamos, sin perjuicio
de que se cobre piezas personales, ofrezca réditos propagandísticos o permita
acciones inconoclastas que harán las delicias de revanchistas, fetichistas y antifranquistas post mortem, no
puede ocultar su enorme flaqueza: el fundamentalismo democrático en el que se
asienta, un fundamentalismo que impide comprender de qué modo ese pasado,
inserto en un contexto histórico muy concreto, permitió sentar las bases
materiales de nuestro presente.
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