La Gaceta de la Iberosfera, 17 de abril de 2021:
https://gaceta.es/opinion/tricolores-y-wiphalas-20210417-1404/
Tricolores
y wiphalas
Nueve décadas se han cumplido de la
proclamación de la II República española, ocasión propicia para que, como viene
siendo habitual, el espectro izquierdista y secesionista, aunque esta sea una más
que dudosa distinción, haya proyectado enormes y actualistas dosis mitificadoras
sobre tan breve como trascendental periodo histórico. De creer a quienes se
dicen herederos de aquel quinquenio que terminó en una Guerra Civil precedida
por varios golpes y revoluciones que dan cuenta de la inestabilidad que reinó
después de que Alfonso XIII renunciara a sus regias prerrogativas, el tiempo
presidido por la partidista enseña tricolor fue una edad de oro abortada por un
puñado de militares. Tan idílica como asentada, por mor de constantes campañas
propagandísticas y cinematográficas, visión de la II República, ha recibido
esta semana un revés que seguramente no desborde el ámbito historiográfico,
pero que permite conocer hacia qué lado querían escorar aquel régimen algunos
de sus protagonistas. Nos referimos a la reciente publicación de las
declaraciones que Francisco Largo Caballero hizo a Edward Knoblaugh corresponsal
de Associated Press, cuando el no por
casualidad apodado Lenin español estaba
a la espera de juicio por su implicación en la revolución de octubre de 1934.
Para el líder socialista, ministro durante la dictadura de Miguel Primo de
Rivera, al que el partido de Sánchez, que tanto se ufana de una historia más
que centenaria, no puede vaporizar, el periodo azañista, entendido como fase
burguesa, debía quedar atrás para dar paso a un sóviet español. Según sus
cálculos, un quinquenio le separaba de su objetivo sovietizante, que
probablemente supondría la extinción del propio PSOE, saturnalmente devorado
por una UGT apoyada por la CNT.
Como decíamos, es muy posible que la
exhumación de esta reveladora entrevista no desborde los limitados círculos
académicos a los que no es ajena una poderosa ideologización que bloquea o da
paso a determinadas interpretaciones de nuestro pasado, máxime cuando estas
tienen incidencia en la actualidad política. Sin embargo, en una perfecta
sincronización entre el papel prensa y el asfalto, la Gran Vía de Madrid ha
visto procesionar esta misma semana a los rostros de Lenin y Stalin, no así el
de Largo Caballero, arropados por viejas consignas y banderas con la hoz y el
martillo. El desfile, organizado por el PCE, partido al que pertenecen dos
ministros del Gobierno: Yolanda Díaz, vicepresidenta tercera y próxima
candidata a la presidencia del Gobierno, y Alberto Garzón, ministro de Consumo,
ha servido para dar visibilidad a formaciones como el Frente Obrero y el Partido
Marxista-Leninista (Reconstrucción Comunista), con más capacidad movilizadora
que el ya centenario PCE, del que estos últimos se dicen herederos. Como es
habitual, la movilización ha servido para poner en circulación un manifiesto
redactado por el federalista PML (RC), en el que este partido lanza un duro
ataque al movimiento republicano actual, al que el acusa de «haber convertido
la lucha por la república en una fiesta, en un fetiche», afirmación no carente
de sentido si se tienen en cuenta las citadas declaraciones de Largo Caballero,
en las que no parece que cupieran muchas de las reivindicaciones que se hacen
al amparo de la bandera tricolor, que acaso hubiera sido arrumbada de salir
adelante el sóviet largocaballerista.
En contraste con el purismo
soviético exhibido por el PML (RC) y el Frente Obrero, que no han hallado
rostro hispano que pasear, otro autodefinido como comunista, Pablo Iglesias
Turrión, producto
filogenético del FRAP, ha trocado la bandera roja y la hoz y el
martillo por la indigenista wiphala con la que adorna su barbijo. Con esta
bandera cromáticamente homologable con el arcoíris bajo el que se mueven tantas
acciones hoy tenidas por
izquierdistas, a despecho del trato que a los homosexuales se dio en regímenes
comunistas, se pasea don Pablo, rodeado de escoltas, por Vallekas, que no por
Vallecas. Con ella se cubre en las azoteas desde las que predica soluciones
tras las que se agazapa un nostálgico e impostado «¡No pasarán!», acompañado de
un coro de voces que grita «¡Gora
Eta!» bajo una lluvia de adoquines.
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